
Es lo mismo una semana que un año y que ocho años. Pensaba que las cosas se debilitaban con el tiempo como se desgastan unos zapatos, como se pudre una piel de plátano en mi jardín o como se va rayando un disco de música hasta quedar ilegible. Creía en un proceso natural de olvido y, sin embargo, algunas cosas, algunas personas, quedan enganchadas por dentro de nuestra piel y son tan parte de nosotros como un órgano más. Y esas cosas que nunca dijimos y esas personas a las que no abrazamos por última vez sólo se descompondrán el último día, quizá pasto de los gusanos.Pasa pocas veces en la vida, por suerte, o yo más bien diría por desgracia. Y ante eso sólo podemos hacer dos cosas: perder nuestro orgullo y probablemente nuestra dignidad luchando por conseguir algo que probablemente no consigamos jamás, chocando una y otra vez contra una pared y rompiéndonos los dientes o llevarnos marcas de nuestras propias mordeduras a la tumba. Con un poco de suerte, los supersticiosos y míticos se equivocan y una vez muertos no nos lamentaremos por lo que hicimos ni dejamos de hacer. Seremos sólo polvo y gas. Si crees que tu supuesta dignidad, tu racionalidad castrada y tu principio de inercia es más importante que lo importante, entonces siéntate, echa una partida de cartas, pide un café y siéntate a esperar la muerte.Pero si por el contrario susurras nombres lejanos en sueños, vives historias que no tienen valor porque no puedes contárselo a quien te gustaría contárselo, si esperas llamadas o se te aflojan las piernas repentinamente y decides que quieres ser mejor, que quieres que otros sean mejores y que puedes solucionar las cosas, porque sabes que puedes, entonces levántate de esa cama y haz algo. Hoy te animo a luchar por las cosas que quieres y que sabes que siempre querrás, a revivir y sobreescribir el pasado, amar el mañana y perder la cabeza por algo que merezca la pena.A partir de hoy voy a cambiar el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario