llámalo como quieras
grítale,
patéale,
golpéale,
jódele la vida sangrándole hasta el aliento que exhale al prometer,
prométele las miserias que te dio en lugar de la luna que asumió traer,
y si eso,
sólo si acaso,
alcoholiza las heridas una vez pasado tu arrebato.
[ no sea que la balanza se equilibre y tu hipocresía se asimile a mi quebranto ]
los episodios de rabia la redujeron a simple mortaja de dudas y espacios en blanco. no contó los segundos que pasaron hasta que los días la hicieron darse cuenta de que la malevolencia de las horas había secado el llanto en las mejillas, desgarrándole la piel de los labios en contraposición de la humedad salada que brotaba sin descanso, sin consciencia, emancipadas de todo raciocinio y en día laborable pequinés. Autómata, levantóse despacio, llenó la bañera de agua y limó las cuchillas de afeitar con la esponja del baño, se maquilló murmurando un suave canturreo parecido a un ojalá silviano y se metió en el agua, dándole un trago a la botella perenne en su mano.
[ ya solo (te) quedan las palabras en vano ]
'Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada. Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad.
La insoportable levedad del ser de Milan Kundera
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